Angustia y vacío existencial en la era del todo

 

Por:Isaías Celedón Cotes
Psicólogo

profetachay08@yahoo.com

“Para saber lo que vale nuestra vida, no está de más arriesgarla de vez en cuando”. Jean Paul Sartre

En un mundo hiperconectado donde todo parece estar al alcance de la mano —la información, las personas, los sueños aparentemente realizables—, crece una paradoja inquietante: nunca antes tuvimos tanto, y sin embargo, nunca nos habíamos sentido tan vacíos.

La angustia que nos habita hoy no siempre tiene nombre. No siempre se manifiesta en gritos o crisis evidentes. A menudo es una sensación vaga de insatisfacción, un nudo existencial que se instala silencioso entre los logros, los likes, las metas cumplidas. En apariencia, “todo está bien”. Pero adentro, algo falta.

No es depresión clínica, no es ansiedad en su forma más aguda. Es algo más sutil, más profundo: es el vacío existencial del que hablaba Viktor Frankl. Esa sensación de desorientación que aparece cuando el alma no encuentra un “para qué”.

¿De dónde viene esta angustia?

La psicología existencial, esa rama humanista que respeta la complejidad del ser humano, nos ofrece una lectura reveladora. A diferencia de otros enfoques que buscan aliviar el síntoma, la psicología existencial nos invita a entender el origen. Y allí descubre una causa tan simple como vertiginosa: la libertad.

Somos libres. Libres para elegir carrera, pareja, ideología, rumbo de vida. Pero esa libertad, si no está acompañada de sentido, puede volverse insoportable. Jean-Paul Sartre lo dijo claramente: “estamos condenados a ser libres”. Y esa condena, lejos de ser un privilegio sin costo, puede llevarnos al borde de la angustia.

Elegir implica renunciar. Y en una época en que cada elección parece definitiva —donde el éxito se mide con relojes de productividad y la felicidad con filtros de Instagram—, tomar decisiones se vuelve una fuente constante de ansiedad. Nos angustia no sólo lo que elegimos, sino todo lo que dejamos de ser al elegir.

El vacío en medio del éxito

Muchos llegan a consulta con vidas que, en apariencia, lo tienen todo: empleo estable, pareja amorosa, un currículum envidiable. Pero por dentro, sienten que nada de eso los representa realmente. No saben por qué hacen lo que hacen. No encuentran sentido en su rutina. No logran emocionarse con nada.

El vacío existencial no se llena con cosas. No se resuelve con metas impuestas desde afuera. Se habita. Se escucha. Y se convierte en pregunta: ¿para qué estoy aquí?

Frankl, sobreviviente del Holocausto y creador de la logoterapia, afirmaba que el ser humano necesita algo por lo cual vivir. Cuando ese sentido falta, aparece el “vacío existencial”: una especie de crisis del alma que se expresa en aburrimiento crónico, apatía, impulsividad, y muchas veces en conductas autodestructivas.

La anestesia moderna: ruido y dopamina

Nuestra época no tolera el silencio. Cada instante de quietud se llena con contenido, notificaciones, entretenimiento fugaz. Hemos confundido la distracción con bienestar. Pero debajo del ruido, el vacío sigue ahí. Y cuanto más lo ignoramos, más se hace presente.

Vivimos expuestos a un bombardeo constante de estímulos, promesas de éxito inmediato, fórmulas de felicidad en cápsulas de 30 segundos. Pero lo esencial —lo que realmente nos llena— requiere tiempo, profundidad, vínculo, compromiso. Requiere atravesar la incomodidad del vacío sin taparlo.

Habitar la angustia con sentido

La propuesta de la psicología existencial no es eliminar la angustia, sino comprenderla. La angustia es la señal de que algo nos está pidiendo escucha. Puede ser un sueño postergado, una parte de nosotros que no hemos integrado, una necesidad profunda que la rutina ha silenciado.

En lugar de escapar de ella, podemos preguntarnos: ¿qué sentido tiene esto que me duele? ¿Qué quiere decirme este vacío? ¿A qué me está llamando esta incomodidad?