45 años sin Jaime Molina, el pintor del vallenato

 

 

-Una historia con trazos fijados en la sinceridad de una mujer que lo conoció en toda su dimensión y es el fiel testimonio al lado de sus hijos-

 

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

 

“Uno se muere cuando lo olvidan”. Esta frase dicha frecuentemente por el pintor Jaime Molina Maestre, no se ha cumplido porque su nombre y su obra siguen metidos en un canto y en el corazón de su familia. Además, al mirar el logosímbolo del Festival de la Leyenda Vallenata está presente su eterna creatividad.

En esta exaltación del artista que tuvo la virtud de pintar el entorno de la tierra de los acordeones y toda su esencia, aparece su esposa Alma Rosa Torres Araújo, quien por primera vez después de 45 años de su partida se confiesa y cuenta detalles inéditos al lado del famoso pintor, su gran amor.

 

Comenzó diciendo. “Lo conocí en el centro de Valledupar. Caminaba con mi hermana mayor Amelia y Jaime iba saliendo del Café La Bolsa, de propiedad de Francisco ‘Colís’ Botero, donde exponía sus caricaturas. Entonces, le dijo a mi hermana que yo le gustaba. Era muy niña cuando él se fijó en mí”.

 

Con los recuerdos a flor de piel siguió contando. “Cuando llegamos a la casa le dije a mi mamá (Adelina), que en el centro un señor le había dicho a mi hermana que yo le gustaba. Así pasó”.

 

En medio de esas añoranzas, no pasado mucho tiempo vino el episodio donde se aplica el dicho que la insistencia vence lo que la dicha no alcanza, y ella aceptó ser el amor de Jaime Molina. Sin una palabra más, ni una menos, dijo. “Lo acepté al conocerlo bien. Yo tenía 16 años y Jaime 44. Me llevaba 28 años. De esa unión nacieron Jaime y Victoria Antonia, las dos estrellas que iluminan mi vida”.

 

La proeza del sentimiento la hizo pintarlo de pies a cabeza. “Jaime fue un hombre con una integridad a toda prueba. Supo ser buen amigo, inteligente, tímido, pero cuando tomaba licor era muy elocuente. Le gustaba la poesía siendo un declamador excelso”.

 

A su vez destacó su dedicación a la caricatura como un hobby. También  trabajaba la publicidad y la propaganda para los políticos, hacía afiches, pasacalles, calcomanías, marcaba los diplomas para los colegios y restauraba imágenes, entre otras actividades que le alcanzaba para sacar adelante a su familia.

 

El hijo de Camilo Molina y Victoria Maestre, el hermano de Álvaro y Elina, quien había nacido en Patillal, corregimiento de Valledupar, el domingo siete de marzo de 1926, logró su propósito en el campo del amor, pero la vida se le agotó a los ocho años de estar unido a Alma Rosa.

 

Siguiendo sus pasos

 

Ella quería seguir hablando, pero le concedió la palabra a su hijo Jaime, quien ha seguido los pasos de su padre.  “Mi papá era un pintor con muchas habilidades. El paisaje urbano  y la publicidad abundan en su obra, pero lo más fuerte era la caricatura política. Tenía una visión crítica de la época y además lograba parecidos impresionantes con los personajes retratados”.

 

Jaime, hijo, desde que tuvo uso de razón se inclinó por el dibujo tanto que estudió publicidad y diseño. “Siendo muy niño dibujaba y mi mamá me apoyaba con los materiales. Ya de adolescente fue sencillo tomar ese camino donde he podido sobresalir”.

 

Enseguida hizo un análisis certero. “Es un hecho curioso, la gente de ahora no conoció a mi papá, pero lo sienten cercano por la canción del maestro Rafael Escalona. Todos se identifican con ella, sienten como propia la vivencia de la amistad descrita en esa elegía”.

A Jaime Molina Torres, cuyo llamativo nombre de su correo electrónico es: “recuerdoquejaimemolina”, se le mostró una caricatura que él hizo en el año 1997 y donde pintó a Consuelo Araujonoguera, a Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona, los creadores del Festival de la Leyenda Vallenata.

 

Con la emoción a todo galope expresó. “Debo confesar que no recordaba esa pieza hasta cuando me la mostraron. Me sorprendió gratamente el  nivel y el trazo mostrado en esa época. La caricatura es un homenaje a lo que hacía mi papá”.

 

El adiós de Jaime Molina

 

Alma Rosa Torres Araújo continuó llena de semblanzas sembradas en su corazón y contó las últimas horas del pintor. “El ocho de agosto de 1978 él estaba bien, pero de repente se le presentó un fuerte ardor en el estómago. Lo atendió el doctor Marcelo Calderón, quien lo remitió para la Clínica Valledupar. Allá, siete días después murió siendo las seis de la mañana”.

 

El hombre que quedó enmarcado en un canto vallenato con nombre propio, dejó sus inconfundibles trazos y una querida familia por quien luchó para darles un mejor vivir, como se lo había prometido a su joven amor. La tristeza no solamente quedó sola, sino con la marca del olvido porque aquellos amigos de parrandas se evaporaron lentamente hasta no quedar ninguna señal.

 

Alma Rosa, lo recalcó y con el corazón en la mano recordó esos instantes difíciles. “En aquellos días todo cambió y la lejanía de sus amigos fue notoria, pero gracias a Dios apareció Franco Felizzola, ahijado de Jaime, quien me puso a trabajar en su librería Distribuidora Bibliográfica. Después llegó un alma de Dios, Hernando Molina Céspedes, primo hermano de Jaime, quien apoyó los estudios de medicina a mi hija Victoria, en la Universidad Libre de Barranquilla”.

 

Las lágrimas aparecieron y enseguida con las remembranzas dando vueltas en su memoria, expresó. “No fue fácil porque mis hijos muchas veces no tenían ni para comer, pero conté también con mi mamá Adelina, que en la gloria esté, quien me cuidaba a mis hijos para yo salir a trabajar. Dios es grande y no abandona a sus hijos”.

 

A Alma Rosa Torres, la mamá de los herederos del talento del pintor Molina, le tocó inventarse mil formas de subsistir y de pintar el futuro, sin haber tocado nunca uno de esos pinceles, pero convencida que sobre el lienzo de la vida estaban los colores del amor hacía los suyos.

 

Bella elegía vallenata

 

Ha pasado casi medio siglo y sigue latente aquella historia cuando el pintor Jaime Molina Maestre, puso una condición al decirle al maestro Rafael Escalona Martínez, sobre el primero que muriera al otro le correspondía sacar un canto o hacer un retrato.

 

El compromiso le correspondió al maestro Escalona, quien hizo la canción ‘Elegía a Jaime Molina’, pocos días después de su sepelio, siendo grabada en el año 1981 por Poncho Cotes Jr. Después lo hicieron Gabriel Romero, Ivo Díaz, Carlos Vives, Penchy Castro y Alex Ubago, entre otros.

 

El tiempo no ha podido borrar los trazos del pintor patillalero que aparecen suspendidos en el caballete del ayer, donde está el retrato de Alma Rosa, aquella mujer que adornó el más grande espacio de su corazón…