El hijo de Atánquez, Cesar, a sus 94 años guarda calcadas en su memoria las más grandes añoranzas de su largo trajinar por la vida y el canto vallenato-
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Al otro lado de la línea el legendario cantante Alberto Fernández Mindiola hablaba pausado y antes de aceptar las preguntas manifestó. “Hoy no voy a cantar porque estoy de luto”. Todo debido a que su amada esposa Olga Elisa Ramírez de Fernández, murió el 14 de agosto de 2020. Ante esa razón de tristeza no se podía hacer nada.
Una excusa poderosa para no realizar lo que tanto le gusta porque ante el corazón acongojado se desvanece cualquier canto como los interpretados en su larga carrera musical.
“Ella quien me acompañó por 70 años se fue para el cielo dejándome tres hijos”. Enseguida citó sus nombres completos. “Beatriz del Socorro Fernández Ramírez, Aida Karime Fernández Ramírez y Alberto José Fernández Ramírez”.
Antes de avanzar en la charla Alberto Fernández volvió a traer a la memoria a su eterno amor. “Con mi esposa Olga Elisa Ramírez, tuvimos un amor fiel e irrepetible que solamente la muerte acabó”.
Siguió anotando que su esposa fue el motor de su inspiración para el canto, a quien premió con una fidelidad absoluta. Terminando de entregar esta declaración se acordó de una anécdota con el maestro Rafael Escalona, al que inicialmente le interpretó todas sus canciones.
“Una vez al maestro Rafael Escalona intenté reprenderlo para que se ajuiciara en asuntos de mujeres y resulté regañado. Me pidió más bien que me avispara y dejara de estar dándoles consejos a los demás. En ese momento me dí cuenta que cada quien tiene su manera de pensar, de actuar y de amar”.
El cantor Kankuamo quien reside en Bogotá desde el año 1950, nació el jueves siete de abril de 1927, en Atánquez, Cesar, “El pueblo más bonito del mundo”, como lo recalca en su decir y sentir. De todas maneras hace apenas dos años que no va a su querida tierra, pero no se cansa de recordarla y recorrerla a través de sus palabras.
Es así como describió en detalle su lugar de nacimiento. “Atánquez, pueblo cercano a Valledupar, tiene al frente el cerro de Juaneta, en forma de seno de mujer joven. Este cerro es imponente, fértil y seductor donde brotan torrentes de aguas limpias y frías. Tan frías que incluso queman la piel de quien se baña, y por eso los aborígenes Kankuamos lo llamaron Candela”.
Precisamente, cuenta que su mamá le dio sus primeros teteros con agua de ese histórico río, y que desde entonces sus cuerdas vocales entraron en el calor y la vibración de aquellos cantos con los que a muy temprana edad comenzó a sorprender al lado de la guitarra de su tío Gonzalo Mindiola, con quien interpretaba rancheras, tangos y boleros.
“Desde siempre la música fue lo mío estando en Atánquez acompañado de Hugues Martínez, Pedro y Marcos García, Juan Francisco Mindiola, Juancho Sarmiento y Eduardo Urrutia”. Además, allá ví tocar a los acordeoneros Abraham Maestre, Agustín y Marcos Montero, entre otros, quienes aprendieron con José León Carrillo Mindiola, el muchacho aquel que los curas se llevaron desde mi tierra a los seminarios europeos conociendo ese instrumento de pitos y bajos que lo hechizó”, cuenta con total certeza Alberto Fernández.
Con el recuerdo con las luces prendidas continuó diciendo. “José León Carrillo Mindiola, lo aprendió a tocar y un día se voló del seminario con su sotana y el acordeón regresándose a su querido terruño. Toda una proeza que Dios le perdonó”.
Alberto Fernández frenó la historia de aquel famoso acordeonero y se regresó a hablar de su pueblo, pensando regresar pronto para tomarse un exquisito tinto a las cinco de la mañana, cuando la luz de la aurora esté a punto de pedir permiso para aparecer en el firmamento en medio del canto de los gallos.
Sin dar tantas vueltas aseveró. “Mi pueblo, es un territorio hermoso rodeado por dos ríos, El chiskuinya y El candela. Sus calles son todas empedradas y sobre muchas de ellas corren las aguas de muchos arroyitos como Zapotuskua, El chorro, y El arroyito azul. Allá se encuentran unas frutas que son propias de ese territorio como el sasao, las rabiacanas y las manzanas de la montaña. Por cierto
ya están en vías de extinción, pero yo las tengo intactas en mi sabor y en mi recuerdo perenne”.
No paraba de contar sobre su bello pueblo. “También en Atánquez se hacen las panelas más grandes y deliciosas del mundo. Se hacen con coco, jengibre, queso y limón. De igual forma se preparan los exquisitos alfandoques que vienen bien mercochados y envueltos en majagua directamente de los trapiches kankuamos. Además, se tejen hermosas mochilas de fique y de lana de ovinos que son conocidas como mochilas kankuamas”.
El cantante de un metro con 80 centímetros de estatura, de ojos azules, herencia de su abuelo José Antonio Mindiola, de procedencia holandesa, siguió extasiándose con los recuerdos de sus padres Luis Fernández y Beatriz Mindiola, él joyero y ella de hermosa voz que le enseñó los primeros pasos en el canto.
Cuando se le preguntó sobre sus grandes gestas musicales, pidió permiso para contar una historia sucedida en su pueblo que denominó como, “Los giros de la vida”.
“Una vez estuve en la finca llamada Sevilla y el propietario Jacob Lúquez notó mi interés por los gallos finos, convenciéndome para que me convirtiera en el adiestrador de sus gallos. Desafortunadamente, el primer día de estar en ese oficio me enredé con un bejuco, dí un brinco y caí sobre la pata de uno de los gallos y se la partí. De inmediato me volé y todavía me andan buscando para ir a entablillar aquel pobre animalito”, señaló sobre aquel curioso suceso.
Los cantos de Escalona
Cerquita de Atánquez queda Patillal, la tierra del maestro Rafael Escalona, y precisamente Alberto Fernández jugó un papel preponderante al interpretar por primera vez sus canciones.
Siendo muchachos se encontraron en las aulas del Colegio Nacional Loperena donde cada uno expuso sus virtudes para el canto y la composición, respectivamente.
Centrado en la vida de Escalona expresó. “Desde que nos conocimos en Valledupar, en el Colegio Nacional Loperena por allá en el año 1943, él me confió sus primeras obras para que las cantara y las diera a conocer inicialmente en el ámbito regional, después a nivel nacional e internacional, tal como sucedió. Desde
entonces pasaron una a una por mi garganta todas sus canciones, hecho que siempre agradecí por la confianza que me brindó”.
En ese instante el entorno giraba alrededor de esos cantos llenos de historias pueblerinas donde aparecen una serie de personajes.
“De esa manera se las dí a conocer al guitarrista Guillermo Buitrago y las interpreté con Bovea y sus Vallenatos. Aquella vez me encontré en Barranquilla con Julio Bovea, en una de las esquinas de la Iglesia San Nicolás y le conté que me sabía todas las canciones de Escalona. De ahí nació todo ese glorioso suceso musical que llegó a muchas partes del mundo, especialmente a la Argentina, donde duré cantando a lo largo de 10 años”, cuenta con conocimiento de causa Alberto Fernández.
En el disco duro de su memoria tiene todos los hechos que han rodeado su vida musical y no sorprende que los narre con una precisión de relojero. Así lo contó.
“En 1948, como acto central del Hotel Granada, Bovea y sus Vallenatos conmigo en el canto, nos convertimos en el primer grupo vallenato con guitarras en trabajar en Bogotá. Además, la grabación de ‘Cantos Vallenatos de Escalona’, para el sello barranquillero Tropical, determinó para el trío su consagración definitiva”.
Cuando se le indagó con cuales canciones de Rafael Escalona se quedaba, porque además de cantarlas conocía su historia, anotó. “Me gustan todas, pero como hay que escoger varias me quedo con ‘La casa en el aire’, ‘El testamento’, ‘El almirante Padilla’, ‘El mejoral’, ‘La custodia de Badillo’, ‘La Maye’, ‘La Patillalera’, ‘El general Dangond’, ‘El pirata del Loperena’, ‘Elegía a Jaime Molina’, ‘Honda herida’, ‘La brasilera’, ‘La vieja Sara’, ‘El arco iris’ y ‘La creciente del Cesar’.
Después dijo que la canción que más le gustaba del maestro Escalona era ‘La custodia de Badillo’ y expuso su razón. “Rafael Escalona era un excelente narrador que sintetizaba todo con un gran ingenio de letra y música. De esa manera traspasó fronteras con la historia del hurto de la custodia del pueblo de Badillo, que se lo achacaron a un ratero honrado. Lo demás está plasmado en la canción”.
Cerró ese capítulo diciendo: “La obra de Escalona le abrió el camino a la música vallenata recorriendo todo el mundo, y en algo contribuí para hacerlo realidad, una realidad que sigue vigente a pesar del paso del tiempo”.
‘Te olvidé’, himno del Carnaval de Barranquilla
Enseguida entró a narrar historias tras historias y expresó que integró otras agrupaciones como Don Américo y sus Caribes, Alberto Pacheco, Edmundo Arias y la Sonora Curro de José María ‘Curro’ Fuentes.
“Precisamente estando con Curro Fuentes, tuve la fortuna de grabar en el año 1954 la primera versión de ‘Te olvidé’, el tema clásico de Antonio María Peñalosa, que sigue siendo el himno del Carnaval de Barranquilla”.
Se emociona y sin parar contó todo lo que sucedió hace 67 años. “Me encontraba en los estudios de la emisora Nuevo mundo de Bogotá, haciéndole coros a una canción de Celia Cruz. Después de eso la orquesta estaba esperando al cantante Tito Cortés para grabar la voz de la canción ‘Te olvidé’, pero él llegó borracho y no pudo hacerlo. Enseguida, me pidieron el favor que la cantara y acepté. Sonoro éxito que resultó”.
Se quedó callado un momento, pero después dijo que el inicio de esa canción le recordaba a su esposa. Tiene razón. “Yo te amé con gran delirio, de pasión desenfrenada”.
Al otro lado de la línea se sentía un leve llanto del hombre que ha amado una sola vez en la vida, y por eso su corazón se lo recuerda a cada minuto. Claro, que Alberto Fernández no cantó en se instante esta majestuosa obra por lo que había dicho al principio.
Ya con más calma y habiendo despejado un poco el cielo de la tristeza que lo acompaña en su entorno, manifestó que hasta ahora hace una parada en el canto porque después de la disolución del grupo de Bovea y sus Vallenatos, conformó su propia agrupación Alberto Fernández y sus auténticos vallenatos.
“Siempre vivo agradecido con Dios por todo lo que me ha dado, y esa fue su voluntad de llevarse a mi esposa, dejándome un inmenso dolor porque ella era la balanza donde me mecía”. Esa confesión del cantor que ha sido ejemplo de fidelidad y amor a la música vallenata lo catapulta al olimpo de los hombres que marcan el corazón de la vida.
Lágrimas pintadas de recuerdos
Cuando había trascurrido mucho tiempo del diálogo y las historias no acababan porque su memoria es un prodigio, llegó la despedida no sin antes agradecer al
acordarse de la fecha de su cumpleaños, de tantos honores que le ha otorgado la vida como el reconocimiento de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata en el año 2019.
Y no podía faltar el regreso a su memoria de Olga Elisa, la esposa que no deja de pensar, ni de amar. Menos hoy, cuando no estará dándole el abrazo y el beso de cumpleaños.
Al final no se le preguntó cuándo volverá a cantar porque esa es reserva de su alma adolorida, teniendo las lágrimas pintadas de recuerdos y exclamando: “Tan eterno es este amor que comparado con el tiempo es imposible saber dónde limita con la muerte”