“Las cosas, a veces, pasan por algo”

Esta frase la dice Milena Hernández, víctima de violencia sexual y desplazamiento, hechos causados por la guerrilla del Epl y por paramilitares, y quien ahora trabaja por las víctimas del conflicto en Santander.

Por Erick González G.

“Las cosas, a veces, pasan por algo”, afirmó sin indicios de duda Milena Hernández*, de 67 años, víctima del conflicto armado por violencia sexual. Sí, como lo leen, esa frase, sin vacilar, la pronunció una mujer que sufrió abusos sexuales durante cinco años, sentencia cuyo vigor podría contener una pesada carga de culpabilidad por lo sufrido, pero que realmente está exenta de responsabilidad alguna y que en su caso la expresa por algo.

Para encontrar los primeros planos de la construcción de esa frase, hay que devolver la memoria hasta 1960 y ubicarla en Málaga (Santander), cuando ella y sus doce hermanos –ocho hombres y cuatro mujeres– fueron testigos de las amenazas que sufría su padre por la violencia, un hombre sin estudios, honrado, muy trabajador y exitoso en los negocios. “Nos tocó irnos en un camión para que no lo mataran”, recordó Milena.

Ese primer desplazamiento los condujo a Floridablanca, la ciudad de las obleas, donde con tranquilidad pudieron sacarle el jugo a su infancia.

Milena dio el sí muy joven, y aunque su padre –que tenía varias propiedades– hubiera podido pagarle las carreras de Derecho, Psicología o Trabajo Social, con las que soñaba su hija, ella prefirió dedicarse a su nuevo hogar y a sus hijos –tres niñas y un niño–.

Mientras, en el departamento de Santander brotaron otros factores y actores del conflicto armado que se afiliaron a dos ideas, el dominio de la región y la prosperidad de un negocio: la guerrilla por medio del Eln, que nació a mediados de los 60 en la región, las Farc que incursionaron en los 70 y 80, y el Epl proveniente de Antioquia, que se desmovilizó en 1991, pero cuya disidencia al mando de Hugo Alberto Carvajal, alias “El Nene”, desató un gran pavor hasta su muerte en el 2000.

Sin embargo, los paramilitares acapararon los titulares de prensa más tremendos con las Autodefensas de Santander y Sur del Cesar, las Autodefensas de Puerto Boyacá (masacre de La Rochela, en Simacota, 1989; masacres de Cimitarra, en 1987 y 1990) y el Bloque Central Bolívar (masacres de Barrancabermeja, en 1998, y Gato Negro, por Barbosa, en el 2001, entre otras masacres).

El padre de Milena había adquirido una hacienda en inmediaciones a El Playón, un municipio a 40 kilómetros al norte de Bucaramanga, adonde ella viajaba con su familia para descansar, pero siempre con el cuidado de no pisar las minas antipersonales que la guerrilla había sembrado en ciertos lugares del predio.

Esa situación no era lo único que minaba la tranquilidad. “Nos extorsionaba, y como la finca colindaba con la Colina, una vereda donde se ubicaba la base del grupo que comandaba alias ‘El Nene’, entonces aparecían en nuestro terreno los cuerpos de mujeres que habían sido violadas y asesinadas”, dijo Milena.

Pero los cimientos de esa frase “las cosas pasan por algo” se encuentran en 1991, cuando alias “El Nene” –quien era hijo de un viejo amigo de su padre–, al parecer por el recuerdo juvenil que tenía de Milena, de su “rostro agraciado, piel morena y buen cuerpo”, decidió extorsionarla de otra manera.

En su casa, en Bucaramanga, contestó una llamada en la que le ordenaron que se trasladara a la finca de su padre donde la recogerían y la llevarían a la Colina. Allá abusó sexualmente de ella bajo la amenaza de hacerle daño a sus hijas. “Sabía qué teníamos, dónde estudiaban y dónde vivíamos, y uno por los hijos hace lo que sea. El papá de ese personaje era un ganadero muy amigo de mi padre; ¡quién iba a pensar que su hijo se transformaría en un personaje tan atroz!, que llegaba a echar a las personas a un foso lleno de caimanes”, reafirmó Milena, quien para ese entonces frisaba los 36 años.

Eso sucedió cerca a El Playón, “un lugar muy marcado por la violencia sexual y la violencia de género”. Los vejámenes duraron cinco años, y desde un principio su esposo supo de ellos. El amor de él por su esposa e hijas, sumado a su nobleza y comprensión le permitieron soportar la situación. “Sé de mujeres que después de ese abuso fueron rechazadas por sus esposos y terminaron en la prostitución”.

Pero, en 1995, exhaustos de esa inmolación física, mental y económica, se desplazaron para Cúcuta, a un barrio de invasión; sin embargo, ese correo de los criminales, más eficaz y tenebroso que el de las brujas, los ubicó: los obligaron a marcharse de allí, así que la brújula apuntó hacia Valledupar, donde estaban sus hermanos.

No obstante, el «fueron felices y comieron perdices» no duró. A los negocios de sus hermanos llegaron los testaferros del paramilitar Jorge 40 con el objetivo de adquirirlos por migajas. “Los carros donde se transportaba la mercancía los secuestraban, el negocio de uno de ellos lo incendiaron y a una hermana le dieron 24 horas para abandonar su panadería, en donde yo trabajaba”.

Regresar a Santander era dejar en el aire un mensaje a Dios para que él lo escuchara. Resignados regresaron a Floridablanca, y sin ninguna explicación no tuvieron que mendigar más por su tranquilidad. Se acabaron los sacrificios y las extorsiones.

A sus espaldas también quedaron los tiempos de la bonanza. “Tenía casas y con esa violencia tocó vender las cosas para poder comer”.

Con el tiempo pudieron regresar a la finca, las temidas pescas milagrosas habían desaparecido, aunque su padre después la vendió.

Esta fue la historia que Milena contó también a sus hijas cuando ya eran grandes, porque como dice ella “para que cosas así no vuelvan a suceder hay que contar los hechos, y ojalá los hijos de nuestros hijos lean esta historia”.

En el 2012, la frase “las cosas, a veces, pasan por algo” ya se encuentra en obra negra. Poder declarar el hecho víctimizante de desplazamiento en la Defensoría del Pueblo, pero en especial el enterarse de la Ley de Víctimas de 2011, que cumple ya nueve años, y la posibilidad que le otorgaba a los sobrevivientes del conflicto de incidir en la política pública de atención y reparación integral para rehabilitar las esperanzas de las víctimas en el país, prendía de nuevo ese sueño de dedicarse al trabajo social y que apagó a los 17 años cuando decidió casarse.

Así ella comenzó a entender que si hay algo cierto es que los sueños no se pueden mantener a raya, no se pueden atajar, sea que estos correspondan a los que nos visitan durante la noche o aquellos que nosotros visitamos en la vigilia, y estos últimos muchas veces forman parte de eso inexplicable que llaman destino.

La instancia que permite incidir en la política pública de víctimas es la Mesa de Participación Efectiva, y Milena ha formado parte desde hace seis años de la Mesa de Participación de Víctimas de Floridablanca y de la Mesa de Participación Departamental de Santander.

Desde esas mesas, Milena se ha convertido en una líder social, en una recicladora de esperanzas: recoge esa fe desgastada de las víctimas del conflicto y las renueva. “En las mesas se aprenden muchas cosas, a defender nuestros derechos, con moderación, sin insultar a nadie. Los primeros dos años lloré por las historias me contaban de asesinatos, de violaciones, de las marcas de cigarrillos y mordiscos que les dejaban en la piel a las mujeres, de cómo a una persona le quemaron a la mamá después de rociarle gasolina”.

Ha escuchado tantas historias que si el argentino Jorge Luis Borges escribió La historia universal de la infamia, en formato de ficción, Milena podría escribir la verdadera. Pero pese a la dureza de esas biografías alega: “Cómo no escuchar si somos representantes de las víctimas, ellos cuentan sus historias porque uno les ayuda, porque se desahogan, y con lo que uno ha vivido puedo ayudar a mujeres, orientándolas, también a hombres y niños que fueron víctimas de violencia sexual, porque uno aprende cómo hacerlo en las capacitaciones de la Unidad para las Víctimas”.

En el 2016, ella y su familia fueron indemnizados por desplazamiento, incluso a ella también le salió hace poco la indemnización por el hecho de violencia sexual, pero como estuvo amenazada por un asunto relacionado con la Mesa de Participación Departamental no pudo reclamarla, aunque todavía tiene plazo para hacerlo según le confirmaron. En realidad, ha sido amenazada dos veces por su labor como líder social. “Hace uno años, a la Mesa Departamental de Víctimas de Santander nos enviaron un panfleto amenazándonos, se colocó el denuncio, investigaron, no encontraron nada, y no volvieron a amenazar”.

Milena Hernández, con sus lentes grandes, bifocales, su pelo lacio y su negrura, que deja entrever algunas canas, y con una operación a corazón abierto, se considera tejedora profesional: bolsos, bufandas, ropa de bebé, colchas, en fin, ninguna manualidad escapa a sus agujas, y solo anhela poder tener de nuevo una casa para evitar el gasto del arriendo.

“De la mala experiencia sale algo bueno; yo era una mujer orgullosa, no me gustaba juntarme con la gente pobre, y cuando perdí todo, para mí fue terrible llegar a un barrio como el que vivo, después de tener mis apartamentos y mis casas; todo eso ha sido una enseñanza para ser una persona diferente y si yo cambio desde el ser, desde adentro, uno lo refleja por fuera; también creo que he perdonado, porque no tendría esas ganas de servir a la gente y uno viene al mundo a servir”.

Esas “razones del universo”, como dice el escritor mexicano Juan José Arreola, en su cuento El silencio de Dios, permiten en el 2020 captar el sentido de esa frase “las cosas, a veces, pasan por algo”, que Milena amoldó para su vida y que terminó de construir con tribulaciones, alegrías y, especialmente, con el descubrimiento de su vocación y de sí misma.

*Nombre cambiado por petición de la víctima.